Menos sushi y más tortas fritas
25 de Agosto de
2015
A las ocho y
media de la mañana caminaba hacia el Macro Mercado a comprar pan para
desayunar. Eran solo tres cuadras y ni se mi velocidad al andar, pero fueron
suficientes para volver a mi infancia.
No recuerdo ni un
solo 25 de Agosto que no hiciera un frío espantoso. De cualquier modo, el clima
no era un impedimento para ir a desfilar. Inclusive un año en que yo fui
abanderada, desfilé con una leve garúa
que nos congelaba la cara y el cuerpo. Los maestros o padres que desfilaban
ayudando, varias veces aquel día me ayudaron a sostener el mástil de la bandera
que se embolsaba con el viento y casi me tiró al piso.
Pero todo
sacrificio valía la pena para rendir honores a la Patria en el Día de su Independencia.
Mis padres me
hicieron estudiar siempre en colegios privados (a pesar de ser yo, una gran
defensora de la enseñanza pública) y
para el día del desfile estrenábamos un uniforme nuevo. Lo mismo hacían los
alumnos de las escuelas públicas, que estrenaban túnicas relucientemente
blancas y moñas perfectamente hechas.
Seguía paseando
mi niñez mientras recorría el supermercado con mi carro y de repente me di
cuenta que no había ni un elemento externo que combinara con mis recuerdos…
¿Me habría
equivocado de día?
Bastaron esos
instantes de conciencia de la actualidad, para sentir una profunda tristeza.
Era el 25 de
Agosto y en vez de estar todos
celebrando, había cientos de personas trabajando.
Aunque también
podría decirse que una patria se hace con trabajo.
Cuando la cajera
me dio el vuelto, la miré y le dije sonriente, como para ser simpática nomás
- - Tas
con sueño? Saliste a nostalgiar?
- - No -respondió ella- me quedé a cuidar a mi sobrinito de siete meses, porque mis
padres no podían, ellos salen solo una vez al año a bailar
- - Hoy
no hay feriado para ustedes -agregué yo
- - No -respondió ella también con una gran sonrisa- en este lugar no hay feriado que
te valga, pero está buenísimo porque nos pagan doble por trabajar el día de la
nostalgia
- - Si
claro -respondí yo. Y agregué- Hoy es el Día de la Independencia no de la
nostalgia. La verdad es que a los dueños del Macro no les costaba nada darle a
cada uno de ustedes una escarapela para
lucir en un día como hoy
La cajera que
tendría no más de 20 años, me miró y me preguntó
- - Una
que????
Antes de irme,
por supuesto que le expliqué que era una escarapela y ella me dijo un “ahhhh
si” como si le estuviera hablando de un asunto del cual no tenía el menor
interés. También le pregunté si estudiaba y ella dijo que no, que le habían
quedado dos materias de cuarto año y le faltaban quinto y sexto año de liceo,
pero que salía cansada del trabajo y que estudiar estaba de menos. Yo le
respondí que el asunto era que si ella no estudiaba, estaría toda su vida
sentada en esa caja de supermercado, lo cual no era deshonra, pero que podía
hacer cosas más interesantes.
En fin, para
redondear, nos despedimos y ella a mis espaldas debe haber pensado que yo era
una re pesada.
Volviendo a casa
me encontré a una vecina que me comentó que todo estaba abierto, el shopping,
abitab, etc. Y yo pensé con tristeza que esta vez, el sistema y el mercado le
habían ganado a la independencia.
Desayunando en
casa prendí la tele y después de enterarme de todos los comentarios sobre la
noche de la nostalgia, que era el tema principal del día, le llegó en segundas
vueltas a la celebrada del día: anunciaron a un Profesor de Historia que
hablaría sobre la fecha patria.
Pronta yo a
escuchar las palabras del educador, su exposición del tema se fue a las cifras
y determinaciones concretas: si eran 33, si la fecha era o no el 25 de agosto,
si desembarcaron en la playa de la agraciada o en un arroyo que tenía otro
nombre, etc etc.
Y yo me pregunté
“Y de la Independencia qué?”
Siempre tratando
de ir a la fuente original, busqué el significado en el diccionario de la RAE
(Real Academia Española) el cual decía
“Independencia:
cualidad o condición de independiente. Libertad, especialmente de un Estado que
no es tributario ni depende de otro. Entereza, firmeza de carácter.”
La definición era
exacta y precisa.
¿Qué importancia
tendrían las fechas y los detalles, sino el significado de esa palabra?
Siempre he sido
una defensora de la libertad y agradezco cada día el haber nacido en un país
libre. Y parecería que esto no es más importante.
A lo mejor habría
que recordar qué es lo que necesita este pequeño Uruguay para mantenerse libre
del resto de los países. Una Nación libre precisa soberanía, límites,
imposición para que todo el mundo sepa que hasta determinado lugar se llega y
más de allí no se puede pasar.
Esta soberanía es quien garante mi libertad.
Yo camino libremente por las calles de cualquier ciudad del Uruguay, entro en
cualquier hospital y soy atendida, voy a la Universidad, y muchos derechos que
tengo por el simple hecho de haber nacido en este territorio.
A lo mejor para
tener conciencia de este importantísimo hecho,
les cuento brevemente una experiencia personal. Hace unos años estando
yo y mis hijos viviendo en otro país, se nos terminó el período de visa y
recibimos la orden de salir en al máximo una semana. Ese fue el período que
tuve para desarmar mi casa, regalar todo lo que me había costado un enorme
esfuerzo comprar, hacer las valijas y volver a mi tierra. Ni siquiera los
juguetes pudieron conservar mis niños en aquella experiencia, no había tiempo
ni lugar para eso. Fue una semana espantosa, en la que recibí una “bonificación
extra” y me comunicaron que en caso de que alguno de los menores se enfermara o
necesitara un médico, estaba habilitada para llevarlos a cualquier hospital que
serían atendidos gratuitamente. Solo los menores, yo no tenía derechos. Cuando
llegamos a Uruguay y mi hijo menor vio las palabras mágicas que decían
“Bienvenidos a la ROU” se arrodilló y besó el piso. Me di cuenta de cuánto
había sufrido por estar fuera de su territorio, sin derechos, sin ser nadie.
La Independencia de
este país significa aún más que la soberanía dentro de los límites
territoriales. Yo tengo derecho a pensar lo que quiera, como quiera y de quien
quiera. Cualquiera de los ciudadanos gozamos de ese derecho que se llama
libertad. Y lo que nos garantiza ese derecho son los límites del país.
Enmarcada en esta
libertad de pensamiento, no puedo dejar de lado los hechos de los últimos días.
Con la declaración de esencialidad
para la educación, creo que para todos aquellos a los que nos importa la
educación, se terminó el tiempo de quedarnos callados.
La coyuntura de la enseñanza pública no es un asunto
fácil, pero si es un asunto muy serio.
Visto desde afuera, parecería que hoy están enfrentados
un gremio combativo bajo el ya antiguo y obsoleto slogan de “Arriba los que
luchan” contra un gobierno “progresista que defiende actitudes pachequistas
intentando desesperadamente que no se los confunda”.
Los que miramos de afuera, nos damos cuenta que ninguno
de estos dos bandos puede hacer un diagnóstico medianamente creíble y
entendible para el resto de todos nosotros que, aunque no seamos expertos en el
tema, estamos involucrados y somos o hemos sido usuarios del sistema educativo
uruguayo.
Ni el PIT-CNT, ni los gremios de la educación que
representan a los docentes, ni el gobierno y menos que menos el Ministerio de
Educación, han tenido hasta hoy y según mi criterio, la capacidad de decir
cosas significativas de lo que realmente pasa con la educación en el Uruguay.
Pero estamos siendo bombardeados todo el día con el tema
y no solo por los medios de comunicación, sino porque somos todos afectados por
un paro general que afecta todos los servicios públicos y privados del país.
Y por supuesto que de este lado, todos reaccionamos y hoy
nos encontramos casi todos los uruguayos radicalizados a favor de uno u otro
bando.
Pero esta postura nos deja en un lugar de inutilidad e
impotencia, porque aunque sigamos una u otra postura, éstas no resuelven nada
sobre la educación de este país. Muy por el contrario, nos radicalizan y
generan sentimientos negativos y enfrentamientos inútiles. Es decir, favorece
al desentendimiento y aún más pobreza para un imaginario nacional que infelizmente
ya está muy empobrecido.
El gobierno del Doctor Tabaré Vazquez nos permite además
a todos los uruguayos comunes, opinar y meternos en el asunto, desde el momento
que tiene a la cabeza de su Ministerio de Educación y Cultura, a una Ministra
que al menos a mí, no me impresiona en nada por sus conocimientos pedagógicos,
y que yo sepa no tiene antecedentes en la materia. No sé si su designación a
tan honroso cargo fue una estrategia para enfrentar a los sindicatos de la
educación o simplemente porque ser buenos amigos los dos, le garantiza al
Presidente una Ministra que no le lleva la contra y lo sigue como se siguen los
amigos en aventuras desconocidas. Cualquiera de estas posibilidades, además de
peligrosas por muchos aspectos, no tiene nada que ver con la educación.
Desde el otro bando, el de los Maestros, solo escuchamos
“Más presupuesto para la educación” cuando lo más coherente sería buscar,
conocer gente de adentro y hablar con los docentes con tranquilidad para
informarnos con los docentes comunes, esos que se paran frente a al grupo de
clase, también discuten entre ellos de
educación, de tecnología, de las nuevas situaciones de los estudiantes. Lo que
sale a la prensa, de parte de los representantes de los sindicatos de la
educación, carece de diagnóstico. “Dennos más dinero, mejores locales y
materiales”. Eso es todo. Hay un vacío de contenidos educativos.
Por supuesto que los maestros son conscientes que hoy se encuentran al frente de una sociedad que ya no puede educar porque no tiene ni idea de como compatibilizar los ideales que comunica y vende todos los días en los medios de comunicación masiva, la que escuchamos por un lado diaremente todos los ciudadanos comunes, y lo que se propone como meta y contenidos de la educación por otro. Hasta el momento los docentes no han sabido articular públicamente su situación que ya es casi un drama existencial.
Ellos mismos están atrapados por dos discursos contrapuestos.
Por un lado están el gobierno y arte de la población que les echa la culpa de todo, como si fueran los últimos responsables de lo que pasa, y se lava las manos en vez de producir el pensamiento y liderazgo serio que les correspondería tomar. Y no lo toman porque implica decirla a la sociedad y docentes que lo que está ya no sirve más, que las estructuras en las que sobreviven van en contra de la educación, que insistir un modelo decimonónico degradado por la actual cultura casi ágrafa por igual de docentes y alumnos es absurdo: o se enseña a leer y escribir bien a los docentes, y a que amen los contenidos que deben enseñar, o se liquida oficialmente la pretenión de que la educación promueve de verdad la adquisición de competencias en lengua materna, pues una educación que cede ante la cultura del entretenimiento no merece llamarse tal.
Por otro lado está el discurso ya muy repetido de los lideres gremiales que también usa a los docentes. Los radicaliza aprovechando la carga de frustración existencial que éstos arrastran, pero no les ofrece nada a cambio que ayude a cambiarla.
Porque pelear por presupuesto y entrenar nuevas generaciones en una gimnasia de aprendizaje de consignas y éticas de lucha sin contenido educativo alguno, es lo mismo que desviar la energía de cada nueva generación de docentes hacia una cultura de consignas que hace décadas viene demostrando que de educación no tiene ni idea. Nada han mejorado en décadas solamente con la lucha presupuestal.
Yo creo que ahora se trata de oponer lo que debe oponerse para aclarar de una vez que el presupuesto no es el problema de la educación. El problema de la educación es la ausencia de un pensamiento y un acuerdo existencial entre las autoridades, la sociedad y el mundo educativo. Un acuerdo que nos comprometa a todos en un rumbo completamente diferente.
Yo no creo que el presupuesto para salarios dignos falte, ni con este gobierno ni con ningún otro. Esa reconsideración debería darse con un previo sinceramiento del gobierno, que admita por un lado que los docentes no son los principales responsables de lo que pasa. Que les reconozca su dignidad, su esfuerzo diario y su talento para hacer alguna cosa con las pocas armas que les dan.
Por otro lado, no escuchar mucho lo que pretendan decir los actuales gremios de la enseñanza que solo estropearían cualquier discusión llevándola por los caminos politiqueros e ideologizados de siempre, y que no van a ningún lado en contenidos de educación propiamente dichos. Realmente los actuales gremios de la educación no parecen representar ningún pensamiento educativo.
Lamento mucho que tenga que decir estas cosas. Los dirigentes gremiales y los docentes con la cabeza conquistada por sueños que siguen consignas ya bien pasadas de moda se enojarán y se ofenderán. Pero si no las decimos todo seguirá igual o peor.
He aquí lo que pienso hoy, que no son más que reflexiones de una ciudadana
preocupada en asuntos de la educación. Ojalá mucha gente que no está en ninguna
de las dos trincheras se pronunciase.
No quiero sentir las vergüenzas que
he sentido los últimos días. La semana pasada venía a mi casa en el auto de un
amigo y en la Avenida del libertador paramos en el semáforo, bien frente al
Edificio del IPA, de donde salen graduados los maestros y profesores de este
país. Los dos miramos con tristeza el estado externo del edificio, enchastrado
por los mismos docentes que piden se les mejoren las condiciones edilicias de
sus escuelas.
No quiero sentir vergüenza ajena mirando un
canal de televisión y escuchando al Presidente gritar “vamos a hablar” y a un
enorme grupo de docentes gritando insultos irrepetibles por lo menos en este
escrito. A nadie le importa si yo voté o no a este Presidente, o quien lo votó
o no. Hay que respetar una Investidura Presidencial. Eso es educación. No
quiero ver ni escuchar en los informativos los insultos públicos a un
Vicepresidente de mi país. No quiero tener más un 25 de Agosto con todos los
comercios abiertos porque nadie recuerda que es Día de la Independencia.
La educación exige respeto desde el
vamos. Gracias a esa Independencia y mantenimiento de una Soberanía Nacional es
que tenemos este hermoso país donde todos gozamos de los mismos derechos.
Mantener la Independencia y la
Soberanía también significa cuidar nuestros Patrimonios. Y la Educación ha sido
el gran patrimonio de todos nosotros, los uruguayos.
Creo que las familias uruguayas
también somos responsables y actores de mantener ese patrimonio que nos es dado
solo por ser uruguayos. Exigir todo de los docentes o del Estado es un poco de
irresponsabilidad de parte nuestra. La escuela enseña básicamente
conocimientos, y después otras cosas. De la casa traemos ya una educación, en
nuestras casas enseñamos educación. Enseñemos valores y ética. Decirles a
nuestros hijos que los edificios no se escriben, que las investiduras
presidenciales se respetan, que la Bandera se respeta, que hay ciudadanos que
cuidan de nuestra soberanía que nos garantiza la libertad, y tantas cosas que
todos sabemos y que no sé si por comodidad o por qué razón, parecería que
delegamos en los docentes para que lo hagan. Y después los culpamos.
Para concluir les cuento que ayer
fui al Macro Mercado y le llevé una escarapela a la cajera, y le regalé además
un prendedor con la banderita de Uruguay. Ella quedó muy feliz y me dijo “me
voy a fijar la próxima fecha patria para usarla”
Yo le dije que el 23 de setiembre
es la fecha de la muerte de Artigas, que no es feriado pero que puede usarla,
así cuando le pregunten ella le enseña a otros.
Parece que en las últimas horas de
la noche de anoche, el gobierno levantó la medida de esencialidad decretada
para la educación y no puedo menos que preguntarme esta mañana si arreglados ya
los asuntos salariales enmascarados en el reclamo de una privación de los
derechos de huelga de los maestros, alguno de ellos se acordará de sentarse a
hablar realmente de educación, o las peleas de la semana pasada no pasarán a
ser una anécdota más, casi un chusmerío de barrio.
A quienes llegaron leyendo hasta
aquí les diría que sin exagerar, seamos más nacionalistas, que por ahí empieza
la educación. Amemos nuestras cosas. Menos sushi (nada contra los japoneses,
por las dudas) y más tortas fritas aunque se nos llene la casa de olor a grasa.